United Nations. Fuente Pixabay
La celebración de la Carta de las Naciones Unidas se vio opacado por el sosiego de la Comunidad Internacional ante las injusticias perpetradas por unas naciones a otras. La vulneración constante a los derechos humanos se convirtió en la agonía de millones de personas por quienes están detrás de un escritorio orquestando la frivolidad del poder para aplastar y aniquilar la paz internacionales.
En la actualidad, la Organización de las Naciones Unidas pasa por su peor momento en la historia desde su creación en 1945 con la Carta de San Francisco. Las crisis internacionales ponen de manifiesto la pérdida de la buena voluntad de las naciones para solucionar conflictos y mantener la sana convivencia entre la raza humana. Prueba de ello, es la falta de entendimiento y la sinrazón de los países para encauzar al diálogo en pro de la paz, respetando los derechos humanos y todo ordenamiento jurídico que ha dotado a la humanidad tras dos guerras mundiales.
Con dos guerras en curso: la invasión de la Federación Rusa a Ucrania y el incremento en las hostilidades entre el grupo extremista de Hamás e Israel, las diversas crisis humanitarias, los éxodos en diversas regiones del mundo, la opresión a las minorías, la intolerancia religiosa y diversos conflictos en África y Asia Central; entre otros, debería cuestionarnos -como sociedad- si la evolución de la diplomacia ha sido positiva en los últimos años o no. Razón por la cual ¿es preciso considerar una reestructura -urgente- en el funcionamiento de la ONU? ¿Debería ser coercitivo? ¿Cuál es el argumento válido para vulnerar continuamente al derecho internacional?
Los señalamientos negativos en contra de la Organización creada para mantener el statu quo tras las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, poco ayudan para su buen funcionamiento. Se ha perdido credibilidad por el evidente favoritismo, en el actuar, de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad hacia otros. El menosprecio por la paz condenará -una vez más- a las naciones a una guerra donde el juego de suma cero no será el resultado. La proliferación desmedida de las armas nucleares cambiará a la faz de la Tierra en algo que debería de ser impensable por quienes su comportamiento corresponde en la subespecie: homo sapien sapiens.
Reconciliarse con el pasado no es la opción. Las brechas ideológicas se acrecentaron de tal forma, que hoy día se están pagando las consecuencias de la mala praxis en algunas resoluciones de las Naciones Unidas. El temor se incrementa a cada instante al considerar esta incertidumbre como un preámbulo de un nuevo orden mundial. Este panorama, ¿podría ser catastrófico? Sí, porque la opresión desmedida recae en los pueblos inocentes que se encargan de poner las víctimas mortales y los responsables del caos no están en el frente de guerra.
¿Es prudente meditar en una nueva era “evolutiva” bajo el ímpetu conciliador de “amor y paz”? Solo dimensionar el desarrollo de una Tercera Guerra Mundial es no sólo irracional, sino la condena de muerte de todo ser vivo en este planeta. Solo basta cuestionarnos de forma personal, ¿qué presente y qué futuro se quiere vivir: el caos o el regocijo? ¿Llegaría el día que el ser humano aprenda de su pasado para tener un futuro próspero? ¿La humanidad está predispuesta a la teoría del caos? ¡Tal parece que sí!



